Espírituo Santo, Espíritu de amor y de solidaridad

Pentecostés - Juan 20, 19-23

 "Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

 

 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»

 

 El Espíritu Santo es el Espíritu de amor. Es el amor entre Padre a Hijo hecho persona. Porque el amor entre Padre a Hijo es tan profundo e intenso que se convirtió en persona. El Espíritu es, por eso, en la Trinidad el vínculo de amor entre Padre a Hijo.Pero también frente a los hombres se le atribuye a Él especialmente las obras de amor. No podemos realizar ningún gesto, ningún afecto de amor sin que el Espíritu nos guíe o estimule.

 

Entonces, lo que aumenta el amor en nosotros no es tanto el ejercicio ascético, sino la acción del Espíritu en nuestro interior. Por eso, tenemos que dejar que el amor que llevamos dentro, por la presencia del Espíritu, se abra paso en nuestra vida. El amor no puede forzarse. Nace, despierta, surge y se da. Es el aleteo del Espíritu en lo más profundo de nuestro ser. Y el arte de amar está en reconocerlo, aceptarlo y seguirlo. Si no amamos bien, es porque no reconocemos la presencia del Espíritu Divino en nosotros, no cedemos a sus impulsos, no abrimos las puertas a su actuar, no nos donamos, no somos solidarios.